De las que me hacen soñar y volar, que me invaden el estomago como una niña y me llenan de ilusión el alma, ¿se puede ser adicta a las mariposas?
Pienso en qué hacer para que me visiten, para que su revoloteo no se aleje porque amo sentirlas en mi cuerpo y todo lo que ellas provocan: las cosquillas, el vacío, ¡la emoción!. Cierro los ojos para volar a su encuentro con todos mi sentidos: aspirando su aliento, sintiéndolo en mi cuerpo como una caricia, como un par de manos que me sostienen la cara o me toman por mi cintura; escuchándolas en mi oído como un corazón acelerado, el mío.
¿Te posas sobre mi otra vez dulce mariposa? En silencio te espero, sin ruido y sin movimiento, esperando ser digna de ti otra vez.