martes, 6 de agosto de 2024

Cuesta arriba

 Viene el día de la madre y con él, la ambivalencia de la celebración de un evento que no debería ser algo que hagamos UNA vez al año, y la evidente sensación de sentirse una festejada. 

Hoy me levanto con una sensación de tristeza. No se escribe cuando nos sentimos bien únicamente... no, escribimos para gestionar nuestras emociones... para poder acomodarlas por dentro y entonces que haya calma y paz, en la medida de lo posible. 

Escribir es una de las herramientas que, a través de los años, aprendí a usar para surfear el mundo. Desde niña se me daba bien, dicen que es heredado. Cuando digo que se me daba bien me refiero a que nunca me costó sentarme a hacerlo. Pero no porque se me da bien, es entonces fácil. Es diferente aunque no lo parezca. 

Podemos grabarnos haciendo un descargo, ya sea en un chat de WA con nosotres mismos, o podemos grabarnos con la herramienta del celular y permitirle al cerebro inundarse con la sensación de que "dijo lo que tenía que decir", de desahogo. El cerebro no distingue entre la realidad y la fantasía. En el cerebro lo que "sucede", ya sea a través de un pensamiento o porque estamos viviendo una experiencia, ES REAL. Así de poderosa es nuestra mente. Podemos pensar o recordar en un evento y, si el mismo no está "resuelto", podemos desatar en el cuerpo una reacción química igual a la que vivimos en ese momento... puede ser que nos sude las manos, que se nos acelere el corazón, que sintamos el vacío en el vientre... porque para el cerebro, lo que está sucediendo es real, entonces reacciona como si lo fuera. Esto aplica tanto a eventos felices, llenos de gozo, como a los eventos que nos causaron un dolor o una tristeza. 

Todo esto lo comento no sólo como una forma de ayudarles a entender el gran valor que nos aporta "sacarnos cosas de la cabeza" a través de un rato escribiendo, ojalá a mano para que el cerebro aproveche más el ejercicio; si no también porque tenía un tema completamente diferente planeado para la entrada de esta semana... pero voy a aprovechar este momento para gestionar un poco del dolor interno que ando por dentro. 

Mis hijos son mis amores, los tres... sin excepción. Sus vidas, cada una con su originalidad y particularidad, ha traído a la mía un sin fin de aprendizajes que eran nuestros acuerdos, los de cada uno de ellos conmigo. Que Yo tenga convicción a la hora de entender el porqué, en una perspectiva más amplia a la hora de racionalizar que no vivan conmigo es una cosa, pero que no me duela es otra. Los extraño cada día de mi vida. Los pienso todos los días al levantarme, al comer y al acostarme. SIEMPRE. No tener una relación "cercana" a ellos, una como las que pintas en redes sociales (sí, mea culpa, esos contenidos me salen en mi "feed" y estimulan la comparación de mi vida con la de los anaqueles que veo), es doloroso. No siempre al mismo nivel, ni tampoco todos los días. Unas veces me recuerdo (y convenzo) de que todo es una farsa y que no hay relaciones sin retos, que eso es mentira. Pero otras, como hoy, me digo que quisiera tenerlos conmigo, que viviéramos juntos, que pudiéramos conversar, desayunar juntos, ver pelis... filosofar... llevarlos, traerlos... todo... cumplir con el role de madre que socialmente se espera. Pero no, a mí me tocó otra cosa. Tenerlos largo, despedirme de ellos sabida de que los veo de nuevo en 15 días (a los menores), al mayor ya tengo un mes de no verlo y va a estar fuera del país hasta septiembre. 

En la utopía que la cultura capitalista y patriarcal han construido en mi cabeza, no peleamos... soy la madre nutricia que no tiene discusiones con ellos. La que les habla y ellos "obeceden", que escuchan con atención y que es importante en sus vida... que esa importancia se manifiesta como un canal de comunicación constante que nos mantiene conectados. Luego viene la realidad... y me recuerdo que nuestras almas van más allá de esta experiencia corpórea. Que vivimos conectados, que ellos vivieron en mí... que el amor trasciende barreras de espacio y tiempo.... y bueno, no se me pasa el dolor, pero me siento mejor. 

Cuesta arriba porque, como decimos en el programa de los 12 pasos: un día a la vez, en el aquí y en el ahora... dando gracias por lo que es, y por lo que no también. Cuesta arriba porque hoy siento el vacío muy fuerte, profundo... como creciendo en mi Anahata y moviéndose hacia los lados... extendiéndose por mis extremidades... creciendo con cada inhalación e invadiéndome con cada exhalación. 

Respiro la tristeza, recordándome que soy más que lo que ven mis ojos... que aquello que mi cuerpo puede sentir... que ellos y Yo escogimos este camino y que, aunque Yo no lo entienda, solamente me toca confiar en él. 

Por todo lo que fue, es y será, gracias.